Siempre seremos suceptibles a entrar en trance, a repetir frases que ya conocemos y conocer un poco mas de lo otro, de lo que no entendemos por completo, entrar en el bosquejo que se pinta en nuestra mente, nunca en la de los demás, entrar en el juego donde se enseñan las heridas, no conocer el significado real de lo que una frase hecha quiere revelar, conformarnos con lo trivial y decir que la elegancia y la prudencia están de nuestro lado.
Cantar una canción sin exabruptos ni resoplos, dibujar sin titubear y tambalearse, declamar sin ahogarse ni arrancarse los vestidos, cumplir con los requisitos de un prodigio y dosificar el esplendor de nuestra esencia, repartirlo en pequeñas porciones que no empalaguen al alma y ganarnos un trofeo, conocer nuevos amigos y agarrarnos de las manos, contarnos confidencias y sentirnos inseparables e imprescindibles, añorar el viejo calor de hogar y que las lagrimas coloreen todas esas partes que no queramos volver a ver, descubrir el único arte que vale la pena emprender, el arte de enmudecer.
